Diferentes factores personales y ambientales modulan la manifestación clínica de algunas enfermedades neurológicas y su evolución. Uno de ellos es el grado de reserva. Hay dos tipos de “reserva” para explicar el diferente funcionamiento y recuperación de pacientes con patología o daño cerebral.
Una es “reserva cerebral” o “pasiva”: aquellos pacientes con cerebro más grande, con más neuronas o más sinapsis serían más resistentes al daño… porque cuentan con una mayor porción de su cerebro aún funcionando adecuadamente tras la lesión cerebral. El segundo tipo de reserva es la “reserva cognitiva”, que se refiere a la habilidad de tolerar los cambios en estructuras cerebrales relacionados con la edad o una determinada patología, sin presentar síntomas clínicos] . La observación de que algunas personas con importante atrofia cerebral tenían un funcionamiento cognitivo mejor a lo esperado ha contribuido a desarrollar este concepto.
Las consecuencias respecto al daño cerebral tienen que ver con diferencias en los procesos o redes neuronales que subyacen en ejecución de tareas cognitivas o funcionales (cómo funcionaba el cerebro antes de la lesión). El cerebro intenta afrontar el daño empleando procesos preexistentes o poniendo en marcha procesos compensatorios. La reserva cognitiva potencia la plasticidad y conectividad de las redes neuronales. Una persona que ha ejercitado durante su vida sus capacidades cognitivas ha acostumbrado a su sistema nervioso a adaptarse a los cambios y a usar circuitos neuronales alternativos cuando algún circuito se daña.
Si bien una reserva cognitiva alta actúa como factor protector contra la expresión clínica de la demencia (aparición de síntomas), no detiene el proceso neurodegenerativo. En personas con mayor “reserva cognitiva”, muchas veces el declive es mayor y más rápido. Una persona con Alzheimer con elevada reserva cognitiva puede no mostrar signos de deterioro hasta que la enfermedad esté más avanzada.
¿Cómo se consigue una mayor reserva cognitiva? Entrenando las funciones cognitivas. Diversas investigaciones enseñan que aspectos como el mayor cociente intelectual, nivel educativo y cultural, el desempeño profesional, actividades de ocio y sociales, estarían relacionados con el menor riesgo de desarrollar demencia y con declinar más lento de funciones cognitivas durante el envejecimiento. Es importante mantener un estilo de vida sano, alimentación equilibrada, actividad física, abandono de hábitos como fumar o beber alcohol y “entrenar” nuestra mente (leer, aprender cosas nuevas, cultivar capacidades como memoria, atención, cálculo, habilidades perceptivas son claves para mantener nuestra mente activa).

Rosa María Rodríguez Fernández

Últimas entradas deRosa María Rodríguez Fernández (ver todo)
- Memoria, tipos de memoria y procesos - 1 septiembre, 2020
- Mezclar medicación con alimentos para que la ingiera mejor - 20 mayo, 2020
- No ingiere alimentos cuando tiene Alzheimer - 26 noviembre, 2019