No recuerdas mi nombre
Abandona la mirada por el trocito de cielo que contiene su ventana. Ve pasar gaviotas, cuervos y palomas, que suelen inundar los cielos de Edimburgo, y sus ojos se iluminan con un destello de nostalgia.
―¿A dónde irán los pájaros cuando se mueren? ―pregunta sin dejar de seguir con la vista el vuelo de las aves.
El reloj llena nuestro espacio de silencios, y en un “tic tac” la curiosidad me mueve y me lleva a devolverle la pregunta:
―Es verdad… ¿Dónde irán los pájaros cuando se mueren?ç
Y ella, despreocupada y sin dejar de mirar por la ventana, responde:
―¡Al suelo! ¿Dónde quieres que vayan…?
Te acompaño siete horas de cada seis de mis días. Pero tú no lo sabes, pues no recuerdas mi nombre.
Cada mañana me esmero para que quieras ser nuevamente mi amiga, porque la enfermedad que tienes te obliga a olvidarme.
No debe importarme si puse bonitas flores de tu jardín en la mesa o si peiné tus cabellos para que te sintieras hermosa. En lo que dura un “tic tac”, no sabes que lo hice yo, pues ni siquiera recuerdas mi nombre.
Y así, sentadas frente a la ventana, hoy dejaste volar tu mirada y a esa mente traicionera que ha querido volverte la espalda… “¿Dónde irán los pájaros cuando se mueren?”, me has dicho…
Y, a continuación, me cuentas dónde naciste… y yo te escucho ilusionada.
Y, en un “tic tac”, vuelves a explicarme dónde naciste… y yo te sonrío como si no supiera nada.
Y… “tic”, “tac”, me cuentas nuevamente dónde naciste… y la pena va calando mi alma.
Repites las cosas una y otra vez, pues tu mente no puede recordar lo que acabas de contar.
Y es que esta enfermedad es muy cruel contigo, como lo es con tu familia… como lo es conmigo.
Y yo no puedo hacer nada más que acompañarte… ¡Parece tan simple!
Cuidar de ti lleva un rótulo que reza “sin condiciones”. Aprendí hace días a no esperar nada a cambio, pues podemos reírnos juntas ahora y, un rato después, puedes echarme de tu lado.
No hay logros que contabilizar, existen momentos, momentos en los que parece que el sol alumbre nuestro humilde paisaje, sin embargo, de nada sirve agarrarse a ellos, aparecen por sorpresa y, al instante siguiente pueden volver a surgir las intratables sombras.
Cuidarte a ti me obliga a mirarme a mí en el espejo, a ver mis flaquezas, también a calibrar mis valores y, ante todo, me ofrece una oportunidad: la oportunidad de aprender a crecer, de elevarme en la balanza de la tolerancia, de la compasión y especialmente del amor.
Pero no, no van las medallas para quien te cuida… todas las hermosas flores de tu jardín serían insuficientes para honrar a tu alma, esa alma que vive a merced de esta insensible dolencia.
Y aunque no recuerdes mi nombre, aunque en ocasiones me eches de tu lado, atesoro en mi corazón esos instantes de íntima complicidad que las dos vamos disfrutando. De eso yo sí que me acuerdo, te lo aseguro; instantes que me ayudan a seguir acompañándote en esta dura y cruel enfermedad que es el alzhéimer.
Queremos agradecer a Marta Ventura, que nos ha hecho llegar este relato a través de nuestro Facebook. Fuente: PazInterior.