Las personas con demencia tienen dificultades para adaptarse a los cambios de rutina. Este hecho se explica porque, por definición, la mayoría de demencias implican merma de la capacidad de aprendizaje. En este escenario, por lo tanto, hay una alta probabilidad de que se olvide nueva información si ésta se sale de la actividad diaria normal y rutinaria: ¿qué día tenía que ir a…?
Los cambios en la rutina no necesariamente son negativos, pero en personas con demencia debe evitarse una rutina cambiante porque incrementa la falta de autonomía y la desorientación: pueden confundir fechas, horas, y genera cierta sensación de poco control del entorno o de indefensión (sé que tenía que ir al médico, pero no recuerdo con cuál de ellos tenía cita…).
Está claro que algunas tareas no podemos planificarlas como queremos, como por ejemplo pedir las citas médicas siempre los lunes por la mañana, pero todas aquellas actividades que dependan de nosotros es recomendable que se planifiquen cuidadosamente: toma de medicación, compras, ducha, horas de las comidas, ir al banco, actividades de ocio… incluso se puede planificar el menú de la semana. No es que se haya de seguir a rajatabla, pero una estructura que se repite aporta seguridad y favorece el que la persona con demencia pueda ser autónoma más tiempo si ya sabe qué toca cada día de la semana. La planificación puede ponerse en un sitio visible.
Es decir, la rutina (al igual que cuando hablamos del entorno del enfermo) se tiene que adaptar a las necesidades y capacidades de la persona. Lo ideal es que sea simplificada (no sobrecargar con tareas, encargos y obligaciones), pero activa (si puede ser, incluyendo varios tipos de actividad, no solo tareas del hogar en el caso de las mujeres), estructurada (manteniendo un orden lógico de las tareas planificadas y manteniendo los horarios) y repetitiva (intentar repetir la misma actividad en la misma hora del mismo día de la semana, por ejemplo: cada miércoles por la tarde ir a la peluquería). A veces es necesario reestructurar la rutina para simplificarla, aunque depende del funcionamiento previo que haya mantenido esa persona a lo largo de su vida. Por ejemplo, si siempre ha comido en horas irregulares, probablemente será difícil cambiar esta costumbre, al menos inicialmente. Es mejor no modificar las rutinas que ya están establecidas, pero esto, en definitiva, es decisión última del cuidador.
Muchas veces los familiares tienen dudas sobre si lo que están haciendo o modificando es adecuado o no para la persona con demencia. El mejor indicador para saber si alguna estrategia funciona es ver cómo responde la persona con demencia. Si la persona con demencia no se angustia, está bien. Si se angustia, probablemente es porque no puede asumir esta tarea o necesita más ayuda para desempeñarla. Por lo tanto, es recomendable ayudar a la persona, modificar la actividad o suprimirla.
En resumen: una rutina ordenada y repetitiva facilita la autonomía del paciente, aunque siempre se debe tener en cuenta la opinión del cuidador. Los objetivos de planificar la rutina son promocionar la autonomía de la persona con demencia y facilitar la tarea al cuidador.

Noemí Cerulla

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