En el cerebro de personas con enfermedad de Alzheimer se acumulan proteínas anómalas de dos tipos, betaamiloide y tau. La betaamiloide deriva de una proteína normal de las neuronas, que sufre un metabolismo anómalo y se acumula progresivamente fuera de las neuronas, formando placas. Una segunda lesión, relacionada con la tau, se produce dentro de las neuronas: son los ovillos neurofibrilares. No estamos seguros de la relación fisiopatológica íntima entre betaamiloide, tau, y mecanismos que producen la muerte neuronal; pero sí sabemos que son dos marcadores del proceso neurodegenerativo del Alzheimer.
Los investigadores han trabajado en los últimos años para intentar eliminar los depósitos de estas proteínas. Manejaron la hipótesis de utilizar betaamiloide tratado para que el paciente generara anticuerpos que penetraran en el cerebro y eliminaran betaamiloide.
Hace una década se llevo a cabo un primer intento de vacuna contra el amiloide beta, la llamada AN1792. Pero los pacientes que entraron en el ensayo clínico, en el mejor de los casos, se estabilizaban pero no mejoraban, y además se evidenciaron efectos adversos graves (en algunos pacientes se producía una encefalitis), por lo que se detuvo el estudio. La vacuna utilizada en dicho estudio activaba ciertos glóbulos blancos (células T) los cuales atacaban tejidos del propio cerebro.
Hoy en día se ha avanzado mucho en el diagnostico temprano de la EA y se dispone de fármacos que retrasan la evolución clínica. Otra vía de investigación terapéutica sigue siendo la búsqueda de una vacuna que prevenga la enfermedad.
En esta línea, en junio de 2012 el Instituto Karolinska de Estocolmo anunció los resultados positivos de un estudio de inmunización con una vacuna activa, la CAD 106. Era un ensayo en fase I (en puridad lo que mide es seguridad y no eficacia). En el estudio del Karolinska la vacuna fue modificada para atacar sólo a los efectos nocivos del betaamiloide. La nueva vacuna utiliza un fragmento más pequeño de la proteína y la combina con una dosis de refuerzo llamado adyuvante para impedir la activación de células T. En el estudio participaron 58 pacientes diagnosticados de EA, de entre 50 y 80 años. Los investigadores encontraron que el 80% de pacientes que habían recibido la terapia tenían niveles más altos de anticuerpos contra el betaamiloide. El siguiente paso es realizar ensayos más grandes en pacientes para valorar la eficacia de la vacuna.
También se han llevado a cabo estudios de investigación con inmunoterapia pasiva. En la inmunoterapia activa se inyecta el antígeno para que los pacientes produzcan anticuerpos, en la pasiva se introducen directamente los anticuerpos que faciliten la degradación y eliminación del amiloide, como en el caso de la inmunoterapia con Inmunoglobulinas, que parecen “limpiar” el betaamiloide. No obstante, deben obtenerse resultados positivos en muestras amplias.
El camino, pues, está abierto a nuevos ensayos que puedan proporcionar en el futuro una esperanza en el tratamiento y prevención de esta enfermedad, que en el momento actual no tiene tratamiento curativo.